viernes, 2 de mayo de 2008

Luis Rico Imillitay

Bueno despues de tanto buscar comprar un disco original de Luis Rico por fin pude conseguir uno, aca esta del Disco lo mejor de Luis Rico esta cancion corresponde al disco El Tio de 1986, siendo niño pude escuchar este disco y fue de impacto de mi vida, hasta el dia de hoy sigue haciendo musica. Fuerza Amigo

CONCIERTO EN SANTA CRUZ


Título: Palomitay
Artista: Luis Rico
Álbum: El Tío
Año: 1986 Ritmo k´airani

Desde Oruro vengo palomitay
Paso a Caracollo
Vengo a decirte palomitay
Que por tu amor lloro

Por más que quiero no puedo seguir
feliz a tu encuentro
por lo que veo no puedo cumplir
nuestro juramento

Pero es imposible palomitay
viento malaguero
en la carretera palomitay
están los mineros

Campesina alegre palomitay
de Patacamaya
caldito caliente palomitay
antes que me vaya

En la carretera palomitay veo mucha gente
mujeres y guaguas palomitay
desde siglo XX

Agüita de rió palomitay
Pancito de trigo
Soldado callado palomitay
Es como enemigo

Una cinta negra palomitay
y otra colorada
llegan más mineros palomitay
solo con frazadas

Charanguito alegre palomitay
Con el temple diablo
Soldado con arma palomitay
Es fuego cerrado

En la bocamina palomitay
Se ha quedado el tio
Mirando el minero palomitay
Buscar su destino
musica

5 comentarios:

  1. Donde nomas te iras a meter vos, no?? palomitay, viditay...no serás del MAS ?? jejeje...

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  2. Jajaja. soy Boliviano ante todo, me lo recuerdan muy amenudo en el exterior, me gusta la musica nacional en especial Luis Rico es alguien que sigo hace muuuuuucho, y como digo en el post. por fin pude comprar un disco original y ando farzanteandolo. voy a tratar de subir el mp3 es un ritmo muy contagioso y esa es una cancion que me gusta mucho, chau palomitay

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  3. Bueno, la verdad es que cuando uno está lejos extraña hasta ese otro folklore boliviano, si una vez me pillé a mi mismo tarareando "Ave de Cristal" de Los Kjarkas...y creo que mi conciencia se quedo tranquila...

    A Continuación te dedico una sana lectura, tal vez el libro que podría describir de alguna manera tu vida de caminante y viajero incansable...solo te pondré el primer capítulo..el resto tienes que buscarlo tu:

    El Quijote

    En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha
    mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga
    antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero,
    salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes,
    algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su
    hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las
    fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba
    con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los
    cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y
    plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de
    nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de
    carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir
    que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna
    diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas
    verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a
    nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la
    verdad.
    Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso
    (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición
    y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la
    administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en
    esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros
    de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber
    dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el
    famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas
    intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer
    aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba
    escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón
    enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también
    cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las
    estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la
    vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el
    juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo
    sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No
    estaba muy bien con las heridas que don Belianis daba y recibía, porque se
    imaginaba que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo
    alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella
    inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle
    fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun
    saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo
    estorbaran.
    Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre
    docto graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín
    de Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo
    pueblo, decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le
    podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía
    muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan
    llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.
    En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches
    leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir
    y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio.
    Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de
    encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros,
    amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la
    imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas
    invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el
    mundo.
    Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no
    tenía que ver con el caballero de la ardiente espada, que de sólo un revés
    había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con
    Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalle había muerto a Roldán el
    encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el
    hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante,
    porque con ser de aquella generación gigantesca, que todos son soberbios y
    descomedidos, él solo era afable y bien criado; pero sobre todos estaba bien
    con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar
    cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era
    todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al
    traidor de Galalón, al ama que tenía y aun a su sobrina de añadidura.
    En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento
    que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario,
    así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república,
    hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los
    caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y
    poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno
    nombre y fama.
    Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo por lo menos del
    imperio de Trapisonda: y así con estos tan agradables pensamientos, llevado
    del estraño gusto que en ellos sentía, se dió priesa a poner en efecto lo que
    deseaba. Y lo primero que hizo, fue limpiar unas armas, que habían sido de
    sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había
    que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor
    que pudo; pero vió que tenían una gran falta, y era que no tenía celada de
    encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de
    cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrión, hacía
    una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte, y
    podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada, y le dió dos golpes, y
    con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana: y
    no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por
    asegurarse de este peligro, lo tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras
    de hierro por de dentro de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza;
    y, sin querer hacer nueva experiencia de ella, la diputó y tuvo por celada
    finísima de encaje. Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que
    un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit,
    le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se
    igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le podría:
    porque, según se decía él a sí mismo, no era razón que caballo de caballero tan
    famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba
    acomodársele, de manera que declarase quien había sido, antes que fuese de
    caballero andante, y lo que era entones: pues estaba muy puesto en razón,
    que mudando su señor estado, mudase él también el nombre; y le cobrase
    famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio
    que ya profesaba: y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó,
    añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a
    llamar ROCINANTE, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo
    que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y
    primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre y tan a su gusto a su
    caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento, duró otros ocho
    días, y al cabo se vino a llamar DON QUIJOTE, de donde como queda dicho,
    tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda se
    debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero
    acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con
    llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero,
    añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse DON QUIJOTE DE LA
    MANCHA, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la
    honraba con tomar el sobrenombre della.
    Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su
    rocín, y confirmándose a sí mismo, se dió a entender que no le faltaba otra
    cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante
    sin amores, era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: si yo
    por malos de mis pecados, por por mi buena suerte, me encuentro por ahí con
    algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le
    derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente, le
    venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quién enviarle presentado, y que entre
    y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y
    rendida: yo señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula
    Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado
    caballero D. Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante
    la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante?
    ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero, cuando hubo hecho este discurso,
    y más cuando halló a quién dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree,
    que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen
    parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque según se entiende,
    ella jamás lo supo ni se dió cata de ello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta
    le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole
    nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de
    princesa y gran señora, vino a llamarla DULCINEA DEL TOBOSO, porque
    era natural del Toboso, nombre a su parecer músico y peregrino y
    significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto

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  4. Cada vez se pone más bonito tu blog querido amigo. Luis Rico también me gusta mucho, especialmente el disco que graba con acompañamiento de banda donde hay una canción que cuenta la historia de un matrimonio en un conventillo (casona donde viven varias familias).

    Un abrazote.

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  5. Alguien sabe como se llama la cancion
    Que dice
    El tio a quedado solo en un troajo abandonado una luz de un guardatojo y el sabor a un trago amargo
    Esta en en el documentalbolivia siglo xx1 de carlos mesa

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